Otra vez, el luto
Código Nucú / César Trujillo
A
32 años de aquel fatídico 19 de septiembre de 1985, donde el terremoto llegó
con un bramido que sorprendió a todos a las 07:19 horas, ayer volvió a temblar.
En aquella ocasión la Ciudad de México recibió una intensidad sísmica de 8.1
grados de magnitud en la escala de Richter durante dos minutos. Algunos
expertos aseguran que la energía generada en esa ocasión fue equivalente a la
liberada por 30 bombas atómicas (sí, como la que destruyó a Hiroshima) y aunque
esta vez fue menor, el recuerdo brotó y
arrancó el llanto de muchos, y sembró de un tajo el miedo en todos nosotros.
Los
documentos fotográficos y las narraciones que existen sobre esa fecha del 19 de
septiembre de 1985 son aterradores y nos siguen conmoviendo. Ayer, el terremoto
fue de 7.1 grados y el epicentro fue en Morelos. Esta vez la tecnología nos
mostró (en vivo y en directo) cómo las grades construcciones se desmoronaban en
el centro del país en segundos y avivó el terror que había surgido en nosotros
hace trece días (el jueves 7 de septiembre cerca de la medianoche) con el
terremoto de 8.1 grados que sacudió a Chiapas y Oaxaca, y que tiene a más de un
millón y medio de personas damnificadas, donde, por cierto, no ha dejado de
temblar.
Ayer
fui testigo, a través de las transmisiones del Facebook y mensajes vía
WhatsApp, de cómo esas grandes obras (en las que somos pequeños y diminutos
seres, como hormigas que ven desde arriba o desde abajo los rascacielos) se
desplomaron. Vi balancearse los edificios como si fueran simples tiras de papel
a las que el viento mueve con una brisa fresca. Vi el miedo en el temblor de
las manos de aquellos que grababan lo que sucedía (porque somos parte de esa
nueva generación que busca documentar todo, por costumbre o imprudencia).
Escuché el terror impreso en la garganta de hombres y mujeres que clamaban la
presencia de un ser superior para que los ayudara a apaciguar ese despertar de
la madre tierra y recordé a mi abuelo cuando en nuestro andar por los cerros en
Yajalón me decía: “no somos más que pequeñas partículas engreídas, hijo”.
Si
el terremoto de 1985, cuyo epicentro fue el Océano Pacífico mexicano (cerca de
la desembocadura del río Balsas en la costa michoacana, a 15 kilómetros de
profundidad), nos legó una historia de devastación indescriptible, el terremoto
de ayer nos ha mostrado que en un abrir y cerrar de ojos podemos pasar a ser
parte del polvo que se levanta entre los escombros tras el derrumbe de esos
colosos que engalanan las grandes urbes, y nos ha dejado en claro que es
indispensable contar con planes de protección civil, con la mochila de
emergencia, con el trabajo en equipo, con la comunicación constante con la
familia, etcétera, pero sobre todo que seguimos siendo un pueblo solidario.
Pude
ver a mujeres y hombres juntos moviendo escombros en La Condesa tratando de
ayudar a quienes, por alguna razón, se quedaron atrapados y fueron sorprendidos
por el terremoto. Pude ver a jóvenes y ancianos jalando cuerdas para mover
trozos grandes de las paredes que se habían desgajado. Pude escuchar la voz de
un joven que en el seseo y el arrastre de su lengua (un joven de clase alta,
supongo) conminaba a varios “güeyes” de los que grababan a sumarse al rescate,
mientras otros gritaban entre los escombros tratando de descifrar los sonidos
que de ahí emanaban.
El
terremoto del 85 nos dejó sólo estimaciones de las víctimas: tres mil 629
(según la última cifra oficial dada en el 2011), aunque extraoficialmente se
habla de 10 mil muertos. Por su parte, el terremoto de ayer (hasta el cierre de
esta columna) arrojó más de cien muertos (datos de La Jornada y El Economista),
sin embargo, se habla de trabajadores y alumnos atrapados que ojalá puedan ser
rescatados con vida. El Estado de México, Puebla, Morelos y la Ciudad de México
están ahora de luto y sus damnificados requieren de la misma ayuda que
requerimos los chiapanecos y los hermanos de Oaxaca que lo perdieron todo, y
que aún siguen en la orfandad, pues no tienen garantías de que el gobierno les
cumpla.
Cierto
es que la tragedia de 1985 hizo que se modificaran los lineamientos y
reglamentos de construcción en México, aunque no se respeten realmente en todos
los estados. La cultura cívica y de protección civil cambió, y eso ha permitido
tomar con mayor seriedad y compromiso cada alerta, cada llamado a resguardar la
integridad propia y la de los demás. La sociedad mexicana reacciona mejor
gracias a los simulacros que se realizan. En Chiapas se éste se suspendió para
evitar psicosis, según se dijo, pero al final tuvimos que movilizarnos porque
el temblor se sintió fuerte hasta nuestro rumbo.
Antes
del 85, el temblor más trágico para México había sido el que sacudió Xalapa en
1920, cuya fuerza fue de 6.2 grados y dejó un saldo de 650 personas muertas.
Los diarios aún recuerdan que uno de los hechos más conmovedores fue el rescate
de varios bebés recién nacidos de los escombros del Hospital Juárez. En el
terremoto del 85 yo tenía apenas seis años. Hoy, a mis 38 años de edad, puedo
atestiguar el terror que brota del pecho, la desesperación que se apodera de
nosotros cuando todo se mueve y se tienen entre los brazos a los seres
queridos, indefensos, sin poder hacer nada más que elevar una oración y esperar
a que el tronido de los vidrios y al movimiento de la casa cesen. Hoy sabemos
que la vida es efímera y que debemos dedicarnos más tiempo.
Manjar
Si
tiene ropa en buen estado que ya no use, dónela. Muchos lo perdieron todo en el
terremoto del 7 de septiembre y ahora en el de día de ayer. Es tiempo de unidad
y de mostrar que los mexicanos sabemos luchar juntos. #HoyPorEllos // La recomendación de hoy es Narrativa completa de Juan José Arreola y el disco La cumbia de los niños K de Chico Che. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte.
// Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.
*Foto
de La Jornada
@C_T1
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